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LOGROÑO, TIERRA DE VINO TINTO Y TATOS!

Logroño tiene muchos balcones, pero muchos. De un estilo muy propio, con cerramientos y abiertos pero siempre de colores. También tiene río y una montaña con agujeritos que la vigila siempre de reojo. Logroño tiene vino tinto, pinchos y tapas. Calles enteras donde hay tantos sabores para degustar que ni siquiera te sentás a comer, sino que vas paseando de pie, de barra en barra, probando lo mejor de cada casa. Si de curiosidades se trata, Logroño tiene una chimenea de ladrillos FIRME en el medio del casco antiguo y en uno de sus parques más céntricos luce, gloriosa, una escultura ecuestre de un espartano a lomo de un caballo con unos huevos tan grandes que hubiesen sido dignos de una interpretación Freudiana. Logroño tiene un puñado de iglesias, algunas recovas muy pintorescas, calles serpentina de curvas cerradas, plazas con murmullos de bares, incontables faroles y negocios con vidrieras sin pretensiones que la hacen una ciudad de verdad, honesta, de esas que le diste una vuelta y parece que viviste ahí toda la vida. De esas que tienen corazón y que laten a su propio ritmo. Esta ciudad es un punto de encuentro de peregrinos del camino de Santiago, tiene una muralla, unos cuantos puentes y una puerta siempre abierta. Se camina fácil y rápido de punta a punta, sobre todo si tenes mi suerte y contra todo pronóstico veraniego te tocó clima fresquito. Pero lo más importante que tiene Logroño es la huella de Anaïs y René. Su relato y sus recomendaciones no se pueden pedir en la oficina de turismo y es por ellos que este recorrido fue tan familiar, tan a gusto, tan como estar en casa. La próxima vez, la caminamos los tres. Si, va a haber una próxima vez y ya estiy contando los días.


🙌🍷👌


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