top of page

VOLVER DE UN VIAJE.

Me cancelaron el vuelo desde Bulgaria, vía Bélgica, a Edimburgo. Primera vez que me pasa en la vida y me tenía que pasar en incompresible búlgaro, alfabeto cirílico y a las 4:30 am de un sábado, lo cual se puede traducir como "informes cerrado y nadie en el mostrador de Bulgaria Airlines". Después de unas horas y poniendo en uso mi poca paciencia, me armaron un vuelo vía Amsterdam con menos horas de escala y, sobre todo, lejos del quilombo aeroportuario que debe ser Bruselas después de los atentados terroristas. Después de unas 8 horas y 2 catering de avión con gusto a telgopor, las turbulencias empiezan a ser más seguidas y algo me dice que ya estoy en Escocia.

Estaba en lo cierto. Me baje del avión y esta vez el viento me sacudió a mí. Como pez en el agua, primereo a los turistas y termino encabezando la fila de migraciones. Con el inconfundible acento scottish lleno de "errrrrrrres" bien pronunciadas y muchas "sha she shi sho shu", me llamaron del puesto 4. A las preguntas de rutina respondo que entré a Europa en mayo de 2013, que nací en Argentina pero tengo pasaporte español y que hace más de un año vivo acá. Las llaves que, después de un mes, puse a mano en el bolsillo de la mochila, me dan la razón.

Y de repente estoy en Edimburgo, otra vez, viajando al centro en tram. Pasando por las bellas casas de piedra y chimeneas de Mary poppins de Haymarket, atravesando Princess street entera para reencontrarme con el castillo y ese cielo apocalíptico en el fondo, lleno de nubes negras y muchos rayos de sol. Se ve todo brotado, los árboles y las flores amarillas del Princess gardens, sobre todo cerca del monumento. Ese que más que conmemorar al escritor Walter Scott parece una especie de cohete de Ciudad Gótica. Sonrío, mientras pienso que tengo muchas ganas de estar en casa, de estrujar a mi gato, de ver a las pibas y de tomar mate. Me doy cuenta que la eterna obra en construcción de hanover street ya tiene cara de edificio. El old town y el puente norte me miran de reojo. Saben que el lunes vuelvo a laburar pasando por ahí. Me bajo en York Place y camino, camino, camino hasta Easter Road y doblo en la esquina verde del Fish and chips. Abro la puerta y confirmo lo que le dije hace menos de una hora a la policía de frontera: Vivo acá. En qué momento pasó todo esto? Ni puta idea. Creo que me dejé llevar por intuiciones y sentimientos que me trajeron hasta acá y sigo acá porque este lugar me hace bien. Todavía estoy enamorada de Edimburgo. Hoy no hay fotos de paisajes, hoy hay sonidos de gaitas. Para compartir un poco esta melancolía feliz de volver a casa después de un viaje. Scotland, honey, I'm home.




bottom of page